KLAU ANTILLÓN

Vuelta de Hoja



Carlos había perdido la vista a los diez años en un accidente que también había acabado con la vida de su padre. Era un joven maduro, trabajador y muy feliz. Era además un ávido lector y solía decir que si el braille no existiera, solamente tendría una mejor amiga.

Raquel era su vecina. Se conocían desde los quince años cuando en 1988 ella y su madre se habían mudado a la casa de enfrente.  Raquel era maestra en la universidad y daba cursos matutinos. Carlos trabajaba en el Rodolfo Robles durante el turno de la mañana.  Eso les permitía hablar durante horas casi todas las tardes.   Café o té sobre la mesa y uno que otro pan dulce era lo único que necesitaban para empezar a hablar.  Carlos amaba la forma tan clara que Raquel tenía de describir las cosas.   Solía decirle que con tan buenas imágenes que lograba crear ella ya había entendido por que Dios le había censurado la opción de ver.

Pero por días las tardes de Carlos estaban vacías. Raquel había sido invitada por la universidad a dar una charla y se había marchado.  Carlos no hallaba la hora en que Raquel regresara. Todavía faltaban dos días.   Para pasar el tiempo leyó como descocido, terminando cuatro libros. Si Raquel hubiera decidido no verlo el mismo día que bajo del avión, Carlos hubiera leído seis. 

Raquel llegó por Carlos a eso de las tres.  Lo abrazó y le dijo lo mucho que lo había extrañado. L​o tomó del brazo y caminaron hacia la casa. 

- Te traje galletas y hoy tomaremos café. Necesito que estés despierto para oír todo lo que tengo que describirte y contarte.  

- Soy todo oídos, – dijo Carlos, aferrándose a su lazarillo.

Llegaron a la casa y empezaron a hablar. Raquel describió casi todo el viaje con lujo de detalles. Empezó por describir los paisajes que vio desde la ventanilla del avión, el color del cielo, cada nube, cómo se ocultó el sol, su compañero de viaje y ese peculiar lunar cerca de la nariz y lo que comió. Describió cada sabor de tal manera que Carlos creyó haber viajado también. 

No pares – le dijo, - sigue contando. 

Espera – dijo Raquel - ya he hablado por dos horas, voy al baño y regreso a contarte del hotel y de los atardeceres.

Continuaron así por varias horas más.  Les encantaba compartir, Carlos quién una vez vio, complementaba las descripciones de Raquel enfatizando con detalles lo que el resto de sus otros sentidos percibían. Raquel como de costumbre terminó con la pregunta de siempre, – ¿Quieres saber algo más?

- Sí - dijo Carlos, - esta vez, quiero que describas lo que sientes luego de saber que quiero con todos mis sentidos pasar el resto de mi vida escuchándote describir lo que ves.

Hubo una pausa larga. Raquel lo abrazó y se recostó en su hombro. En silencio cerró sus ojos. Lágrimas de tristeza  recorrieron sus mejillas. Besó los ojos de Carlos y colocó su dedo índice sobre sus labios evitando así que él hablara. 

-Escucha, le dijo con voz entrecortada y tratando de evitar que se escuchara lo alterado de su voz. - Yo siempre estaré aquí.  Te tengo que presentar a Juan. Lo conocí en el viaje. Va a trabajar en la Universidad y pasará unos días aquí conmigo. 

Carlos no podía ver y tampoco pudo hablar.

Muerte Lenta





             Todos los días la misma historia: se levanta, toma café, se baña, se viste, se arregla, se peina, se pinta, se coloca accesorios, los anillos uno en cada mano, muy de vez en cuando más de dos. Y casi siempre el dedo medio y el anular y muy pocas veces el pulgar.  Espero, deseo con todas mis fuerzas que todo siga igual, todavía estoy bien, la tortura no ha empezado.  Con todo lo que hace todavía ni se ha acordado de mí. Y hoy hasta llevo color, un rojo fuerte y brillante, laqueado le dicen.

             Sale de la alcoba y se dirige hacia la cocina, prepara su almuerzo y más café para el camino, recoge las bolsas y todo lo que tiene que llevar.  Ojalá y siempre tuviera las manos ocupadas. Se dirige al carro, lo enciende para calentarlo, mientras coloca todo el resto de cosas en el baúl. Hasta ahorita todo bien, espero hoy haya amanecido contenta, todavía no lo sé.  Si canta en el carro o se ríe no hay problema. Pero si llora, ¡oh, oh! Eso me asusta, ya sé lo que me espera.   Maneja como si fuera en automático y rápidamente me coloca en su boca, cualquier dedo no importa, pero casi siempre el pulgar, el índice y últimamente la saña contra el meñique. Pobrecito es tal que va con todo, la uña, los padrastros, la cutícula. Me lastima. ¿Será que no sabe lo que siento? Pero como no, si ella misma sabe que tiene que parar, me saca de su boca, y se dice mentalmente que no está bien.   Mira el dedo, ve la uña larga y lo que le ha costado crecer. Titubea por unos instantes, yo respiro intento secar rápidamente la saliva que me moja y aguada.  Esos segundos no alcanzan, rápidamente se arrepiente y cree que con morderme su ansia cesara. No le importa, se decide, me mete a su boca y con un fuerte tirón me arranca, para luego escupirme en la alfombra y recriminarse nuevamente. ¿Por qué lo haces? Otra vez las manos feas, otra vez la vergüenza, otra vez al manicurista de emergencia.  ¿Para qué? Para cubrir una maña estúpida y sin sentido.  ¿Un autocastigo?, ¿qué?, ¿qué necesitas?, ¿qué te hace falta?, ¿qué?, ¿qué?, ¡dime! , ¿qué?

           Luego, como si la tortura no hubiera sido suficiente, sigue mordiendo para tratar de componer la orilla de la uña y emparejarla, claro si como si eso fuera tan fácil. ¿Qué no conoce las limas o los nipers? O bien el tratar con intentos fallidos de humedecerme tanto para detener el flujo de sangre, y hacer que disminuya o se elimine. ¿No sabe que eso pasa cuando arranca los pellejos?

           ¿Por qué no puede parar me pregunto? ¡Y eso que lo ha intentado tantas veces y la maña no cesa! Quiere hacerlo, eso lo sé, pero parar parece algo imposible. Pero yo sigo fiel, luego de la tortura me repongo esperando que algún día termine por fin este calvario  y empiezo a trabajar con todas mis ganas.   Casi creo que soy tan fuerte que con unas horas y poniendo todo mi empeño empiezo a reconstruirme nuevamente.  ¿Qué pasará mañana? Todavía no lo sé.     
   
En la Mira



Salió del cuarto. No quería llamar la atención. Sólo deseaba leer y descansar, relajarse a la orilla de la piscina y disfrutar del sol y el clima del mar.   Alejarse del estrés de la ciudad y aprender a conectarse con esos momentos de soledad, cuando no tenía que cumplir con algo o con quien compartirlo.  No lo hacía a propósito, pero era una mujer que llamaba mucho la atención, y sin quererlo, lograba siempre atraer miradas cual imanes sobre un refrigerador. 

Hoy, no era la excepción.  Sin embargo las miradas que atraía nunca le interesaban.  Llevaba puestos lentes oscuros color café, un biquini tipo holster discreto pero también el tipo de pieza que hacía resaltar su cuerpo a la perfección, el tono de café exacto para su bronceado, sus piernas estilizadas y definidas producto de horas y horas en la bicicleta, accesorios muchos pero justos los necesarios antes de cruzar la línea de lo vulgar.  Las sandalias de plataforma corrida definían más la forma de sus muslos. La blusa hindú de algodón transparente color turquesa, el complemento perfecto.  La bolsa tejida color café quemado que guardaba su toalla y el libro que iba a leer la hacían verse sumamente elegante. Su pelo castaño obscuro y ondulado, tenían el largo justo y era lo que enmarcaba su cara que no era la típica belleza de revista, pero que tampoco estaba tan mal.  Rodeo la piscina con pasos firmes y largos que demostraban seguridad tratando de no hacer contacto visual con nadie. Era imposible, había algo que hacía que las miradas la ubicaran cual misiles teledirigidos, imposibles de ser bloqueados.   

Ubicó una silla justo debajo del sol. Le encantaba broncearse.  La corrió lo necesario para que el respaldo recibiera la sombra de las hojas de palma y pudiera leer a gusto, sin tener que estarse ajustando los lentes para poder disminuir la intensidad de los rayos de sol sobre las páginas que ansiaba empezar a devorar. Se agachó y logró percibir en la esquina opuesta a donde ella se encontraba, una mirada penetrante.  Decidió ignorarla siendo aún más indiferente que antes. Delicadamente si desabrocho su blusa y se la quitó casi a cámara lenta.  Sacó su toalla, la colocó sobre la silla y luego sacó el libro y lo dejó caer desde lo alto.  Leía a Saramago.   Dejó sus sandalias una a la par de la otra y se sentó en la esquina, dispuesta a colocarse el protector justo en la cantidad necesaria para mantener el bronceado. Terminó, lo dejó caer dentro de la bolsa y se recostó delicadamente sobre su toalla.  Antes de empezar a leer, ubicó el dedo medio sobre la unión de los aros de sus lentes y los ajustó por última vez antes de empezar a leer.   Quería que el viejo que la estaba observando recibiera el siguiente mensaje INTERESADA YO, NO PIERDA SU TIEMPO!!!

Saramago, influía en ella de tal manera, que poco a poco empezó a sumergirse en las letras y se olvidó de todo. Ya no escuchaba el chapotear del agua en la piscina, la música de fondo había desaparecido, el retumbar de las olas apenas era perceptible.  Eso era lo que amaba de leer, transportarse a mundos sin los engorrosos trámites de visas, cargar maletas, usar las bandas sin fin de los aeropuertos y el jetlag.

Leyó por horas, hasta que la dirección del sol desvió su curso y ya no iluminaba su atlético cuerpo.  Lo único que no perdió su curso, aparentemente durante todo el tiempo que ella estuvo allí, fue la mirada penetrante de aquel viejo desagradable y sin gusto.   Parecía estar hipnotizado.

Novedades





Marta era una adolescente extremadamente responsable. Estudiaba durante las mañanas y luego trabajaba como empleada en una bodega que traía cosas del extranjero – “novedades” había escuchado que la gente rica solía decir cuando se referían a todo lo que la bodega ofrecía. Marta era la más grande de siete hermanas y la mano derecha de Doña Carmen, su madre.  Eran la mancuerna perfecta para ayudarse con todos los gastos de la casa.  Marta era tan alegre y positiva que siempre le decía – ya vas a ver mamá un día encontraremos la respuesta a nuestro esfuerzo y trabajo constante y cuando eso suceda yo compraré tu casa y la llenaré y adornaré con todas las novedades de la bodega.

Marta era la encargada de la bodega y era muy observadora y poco a poco empezó a notar que las cosas que allí se vendían tenían una característica particular. El joven dueño de la bodega, un extranjero alto, muy trabajador y responsable – solía decir que el secreto de su bodega era que las cosas que en ella se vendían eran cosas con alma - solamente importaba artículos hechos a mano y por ello el toque personal impreso en cada una de ellos los hacía únicos y sumamente especiales.

Lenin, el hijo del dueño, también trabajaba allí. Ambos tenían los mismos intereses y poco a poco se habían convertido en muy buenos amigos.   Las tardes en la bodega eran sumamente enriquecedoras. Ambos compartían ideas y sueños.

Una tarde que Marta tuvo un día libre, le toco cuidar a sus hermanas y entre decidir que las ponía hacer para entretenerlas, se le ocurrió una brillante idea.   Su madre, para sustituir los juguetes que no podía comprar, elaboraba unas miniaturas de harina y sal de acuerdo al gusto de cada una de las pequeñas.  Rita por ejemplo, pedía siempre animales, pues era una niña que creía que cada familia para estar completa, debía tener una mascota. Berta siempre pedía que le hicieran artículos de cocina, ya que de las hermanas era la que siempre necesitaba estar comiendo algo. Perlita siempre pedía figuras geométricas. Vas a ser arquitecta le decía siempre su mamá.   Sofía solamente pedía cosas relacionadas con el mar, ansiaba conocerlo y decía que allí iba a vivir cuando fuera grande.  Leticia pedía aretes y prendedores, y era la más coqueta de todas. 

Marta las organizó y empezó a dar instrucciones de cómo hacer las miniaturas y qué cada una podía realizar lo que se les viniera a la mente.  Libros, cajas, moñas, caras, figuras geométricas, muñecos, galletas, animales y estrellas. El día transcurrió sin darse cuenta y justo a la hora en que iban ya a empezar a cenar, la cantidad de miniaturas que habían elaborado era inmensa.  Todas se habían entretenido tanto que aprovecharon el tiempo al máximo y supervisadas por Marta, el trabajo había sido impecable.

Habían colocado por instrucciones de Marta unos pines para que las mismas pudieran ser colgadas.  Marta las organizó por categorías y las alistó para llevarlas al día siguiente a la bodega, Septiembre estaba por terminar y cómo sabía que artículos empezarían a ingresar.  Estaba segura que podría compartir su idea con Don Phillipe y decirle que las mismas podrían ofrecerse como miniaturas para adornar árboles de navidad.  

Llegó a la bodega y se dirigió a la oficina, habló con Don Phillipe y a éste le encantó la idea.  Trae más le dijo – ese año las ventas de miniaturas rebasaron las expectativas.   Marta y sus hermanas empezaron un negocio familiar y hasta el día de hoy elaboran miniaturas para todo tipo de evento y ocasión.   Las miniaturas que más les solicitan son las que adornan los árboles navideños alrededor del mundo.

Pesar





Jorge había tenido uno de esos días que empiezan mal y no se sabe si van a continuar o terminar. Era un de esos días de los que ninguno de nosotros nos escapamos.  Aquellos días que parecen no acabar.  Los días que no queremos que empiecen.  Los días que no sabemos cuándo desviaron su rumbo y traen consigo la carga negativa que constantemente estamos luchando por esquivar.

Desde hacía algunos meses las cosas no caminaban como solían hacerlo. Pero este mes, en particular, parecía que todo estaba confabulando en su contra. Las cosas en la oficina iban de mal en peor, los clientes no habían pagado, no había trabajo, el contrato del alquiler estaba por terminar y aún no habían confirmado si lo iban a renovar. Rita la recepcionista había renunciado, poniendo como excusa que sus tardes eran muy largas y aburridas. Don Meme había chocado contra una valla y la reparación iba acostarles un ojo de la cara. La computadora tenía un virus que había eliminado justo las carpetas más importantes y Jorge era el típico tecnológico, que conoce la importancia de hacer un back-up y nunca cree que algo así vaya a suceder, por lo mismo toda su información había desaparecido en un clic.

Marta, su amiga, su socia, su confidente, su contadora, su amante, su dolor, le había dicho por medio de un mensaje de texto que necesitaban darse un respiro y que hablarían cuando regresara de El Salvador.    Tenía que asistir a un seminario de seis semanas  y ella creía que para ese entonces tal vez si podrían hablar de todo lo que sus corazones anhelaban decirse.  Sus preguntas, sus dudas, sus reclamos, el tiempo perdido, los celos, las noches sin dormir.  El futuro.  Los eternos porqués.

Si se buscaran frases para describir lo que Jorge estaba atravesando, tal vez podríamos decir frases como: que tuvo un día perro,  que tocó fondo, que se levantó con el pie izquierdo,  algunos hubieran dicho eso es el karma y su amigo Bobby hubiera dicho con aquella ronca voz, “What goes around, comes around”.  Incluso esa taza de café que debía ser la que lo reanimara y avivara, había salido sosa.  La combinación de agua clorada y llena de sedimentos del grifo había opacado el aroma y el sabor necesarios para una buena taza de café.  Como quien dice, su mala racha continuaba.  Frente a la ventana, con su taza en mano, no había decidido si iría a trabajar aún. Su ánimo pesaba. Y para colmo, afuera, llovía a cántaros. El día estaba gris, parecía que la lluvia no terminaría jamás.  Con  cada minuto que pasaba, más bien cada sorbo que tomaba parecía activar los grifos celestiales, que dejaban correr el agua a su antojo.   Fijó la vista en la ventana como tratando de contar las gotas que se acumulaban. Arreció tanto que fue prácticamente imposible llevar el conteo.   Observar las gotas de la lluvia correr por la ventana lo hicieron pensar que tal vez sería mejor quedarse en casa y dar prioridad a las cosas que tendría que hacer mañana – quizás esperar a que cesara la lluvia sería la mejor opción.  

Es una Niña





Daniel y María caminaban por la orilla del camino de tierra que los llevaría al hospital del pueblo.  Era tarde, dos o tres de la mañana. María embarazada de ocho meses, no se sentía muy bien. La fiebre y el dolor en el bajo vientre, no la dejaban tranquila.  Llevaban caminando ya varias horas, la distancia era menor pero casi siempre la hacían en camión o pick up.  Ya había pasado uno, pero Daniel no había logrado convencerlos de parar, posiblemente por la hora nadie habría querido hacerlo. La situación en el pueblo era sumamente peligrosa. Robos, violencia, drogas, contrabando; y más a esas horas de la madrugada.

- Daniel, ya no puedo caminar – dijo María  arrodillándose en el camino, mientras tomaba entre sus manos su vientre rígido.  El dolor de las contracciones prematuras junto con la incomodidad de haber dejado a los otros tres niños en la champa a cargo de José, su niño mayor, no reducían el estrés.

Se acostó en la grama y se aflojó la faja que sostenía su corte, ese tejido grueso que ahora con los escalofríos no servía de nada. Le dijo a Daniel que ya no podía continuar. Por las experiencias de los partos anteriores, sabía perfectamente que el bebé estaba a punto de nacer. La luna alumbraba un poco, pero la oscuridad que los acompañaba era intensa.  Daniel casi no podía ver dónde estaban.  Empezó a juntar un poco de hojas secas y chiriviscos, y rápidamente prendió un pequeño fuego que los alumbraría y los mantendría calientes.  Daniel incluso pensó que también podría servir de ubicación por guiar a los camiones o pick ups que pronto empezarían a pasar.  El movimiento en el pueblo empezaba casi siempre de madrugada.  Los camiones con verduras y encargos para el pueblo empezaban a transitar a eso de las 4:30 de la mañana. 

María tenía las contracciones más seguidas cada vez. Estaba recostada sobre su corte, sumamente incomoda. Le pidió ayuda a Daniel para ponerse de rodillas y tratar de sentirse un poco más cómoda.   El dolor era muy fuerte y no entendía porque le estaba pasando esto pues la comadrona le había dicho en el último chequeo que le faltaba todavía un mes.  

La posición en cuclillas la hizo sentirse mejor, le pido a Daniel que este sostuviera su mano y juntos hablaron por momentos de los niños y de todo lo que faltaba en la cosecha por hacer.   Para esto las contracciones ya eran más pausadas. Pero la condición de María parecía deteriorarse cada vez más.  El amanecer ya los acompañaba y la luz del nuevo día parecía ser muy prometedora.   Daniel se alejó de María cuando creyó haber escuchado un carro que venía.   Dejo a María recostada. La fiebre ya la había vencido y descansaba un poco.    Daniel caminó a la orilla del camino y empezó a mover sus manos y a gritar ayuda.    El pick-up se orilló y el conductor bajo y escucho a Daniel.  Éste le indicó lo sucedido, por suerte el pick up iba todavía sin carga.   Don José, el conductor,  bajo la puerta de la palangana y acomodó los cartones que llevaba, como tratando de improvisar un mejor colchón que el de la lámina fría y acanalada.   Entre ambos subieron a María a la palangana, Daniel se ubicó cerca de María. Don José aseguró la puerta y le dijo a Daniel que se agarrara fuerte, tendría que apresurar el paso, pues la condición de María no era muy prometedora.  

Caminaron unos kilómetros y en una de las casetas del camino que ya estaba abierta, Don José se bajó y compró una bolsa de agua que minimizaría la deshidratación que ya era visible en los labios rajados de María.  Daniel lo agradeció con un gesto silencioso y nunca dejó de sostener la mano de María.   El camino pareció eterno, finalmente llegaron al hospital. Daniel cargó a María, parecía inconsciente. Entró al hospital.  Rápidamente enfermeras y doctores  la ubicaron en una camilla y la trasladaron a la sala de operaciones.  Daniel se despidió y agradeció a Don José, y se ubicó en la sala de espera.  Tenía hambre y frío pero la preocupación por María y el bienestar del bebé eran mucho mayor.   Uno de los jóvenes doctores conocía a Daniel, salió de la sala de operaciones y le contó lo sucedido.  Tendrían que operar a María, nunca lo habían hecho, sus partos anteriores habían sido naturales, esté debido a la emergencia tendría que ser cesárea.  Le explicó a Daniel todo el proceso y le aseguró que era lo mejor y que todo saldría bien.  Incluso le dijo que no valía la pena quedarse allí que mejor aprovechara el tiempo para ir regresar a casa y ver a los niños, la familia de Daniel era muy conocida en el pueblo, Daniel era un hombre honesto y trabajador.  Todos lo querían.   Daniel siguió las instrucciones del Dr. Regresó a casa y preparó a los niños para regresar al día siguiente a ver a María.  

La madrugada del día siguiente Daniel, José, Juan y Pedro, sus otros dos niños, empezaron a caminar hacia el pueblo.  Todos iban muy emocionados, preguntándose qué iba a ser.  Llegaron al hospital y les permitieron entrar a todos.  Daniel cargó a Pedro, de dos años y emocionados y en silencio entraron al área de maternidad del hospital. María no estaba sola, estaba dándole de mamar a una sana y hermosa niña. 

Buena, Bonita y Barata



Doña Rome trabajaba en un puesto de verduras de la terminal.  Pero eso era solamente una fachada. Las cajas con verduras era lo que le permitía mantener oculta la verdadera actividad de la bodega y lo que realmente custodiada su mina de ingresos. Doña Rome se dedicaba desde hace varios años al trato de blancas.  La bodega siempre estaba llena de cajas de verduras, la mayoría de veces incluso vacías, y que por la forma de estar colocadas eran las que hábilmente cubrían las puertas de las bodeguitas donde sus niñas ofrecían favores sexuales a los marchantes, camioneteros y bodegueros del área, a cualquiera quien pudiera pagar los 25 quetzales que se cobraban por 15 minutos de placer el cual se veía constantemente interrumpido por gritos que indicaban que ya era hora de salir.  De lo contrario, sus gorilas interrumpirían la actividad por medio de golpes y patadas.

Doña Rome era una mujer gorda y de baja estatura. Su pelo era negro como su conciencia. Los tirabuzones que cubrían sus hombros parecían plásticos debido a la cantidad de vaselina que los mantenía fijos por horas. Su vueludo delantal servía de caja chica y marcaba la poca cintura que se perdía dentro de sus curvas. Tenía una dentadura blanca como la yuquilla, y al sonreír mostraba que era una persona de recursos, pues tres de sus mejores piezas tenían marco de oro y   la inicial de cada uno de sus hijos, quienes murieron a golpes, por aquel malnacido que una vez fue su casero. Su delineador turquesa extravagante resaltaba el negro de su iris, el cual bailaba dentro de la inmensidad del párpado achinado y largo que lo protegía. Sus robustos brazos y manos callosas indicaban que posiblemente cuando niña, su vida había sido muy dura y llena de trabajos forzosos, anulando por completo la posibilidad de demostrar sus sentimientos. 

Hoy, la bodega estaba alborotada. Desde temprano en la mañana se había formado una cola de hombres que ya doblaba la esquina, esperando a Doña Rome y a la nueva trabajadora.  Corría la voz que la niña era virgen. Los gorilas trataban de mantener el orden y cuando los hombres de la cola les preguntaban, éstos solamente bajaban la mirada y no respondían nada. Un alboroto podría atraer a la policía y acabar con el negocio. 

Lupita, una niña callada y temerosa de apenas 15 o 16 años, no se separaba de Doña Rome. Era bastante alta para su edad y su pelo era negro largo, brillante y liso.  Su palidez indicaba que no había sido bien alimentada. Los rumores decían que la habían traído de una aldea de Baja Verapaz.  Su abuelita había muerto, y Doña Rome la había comprado por 80 quetzales a  un supuesto pariente, que la había negociado en una cantina de mala muerte.  

Yessenia, Nancy y Yocelin también querían hablar con Doña Rome; ellas eran quienes trabajaban en las bodeguitas y también tenían muchas dudas.  Una niña nueva siempre traía problemas, pues dejaba a las otras sin movimiento por unos días mientras la novedad pasaba y la nueva bajaba a la categoría de las de siempre o a la de regular.

Pero algo pasaba, Doña Rome dudaba si Lupe sería adecuada para el negocio. Para estas horas el alboroto ya se habría terminado. Con gritos y monólogos habría puesto orden en ambos grupos y todo habría regresado a la normalidad.  Posiblemente la timidez y nerviosismo de Lupita habían hecho mella en la conciencia de Doña Rome y la estaban haciendo dudar.  Pareciera ser que Lupita estaba siendo el catalizador que Doña Rome necesitaba para revivir aquellos recuerdos enterrados de cuando ella era apenas una niña de 15 años también.  Mirar a Lupita, era mirarse en el espejo.  Una adolescente tímida, ignorante y virgen.  Sola en un lugar desconocido y sin nadie a quien poder llamar familia. Doña Rome, sabía que podría ganar mucho durante una semana, mientras duraba la novedad de Lupita y podría seguir ofreciéndola como sin usar. Pero eso ya no le importaba. Su mente, su corazón y su conciencia le decían que tenía   que proteger a Lupita.  Estaba titubeando, solamente sabía que no quería entregar a su pupila a cualquiera.  Al contrario, quería cuidarla y ayudarla. Sabía perfectamente que obligarla a llevar esa vida, la dejaría marcada para siempre. Y ese sentimiento de protección desde que la había conocido, no la había dejado en paz.

Doña Rome habló con sus niñas y les dio la tarifa del día. Luego llamó a los gorilas y les dijo que la bodega permanecería cerrada hasta nuevo aviso.

Tomó de la mano a Lupita y empezaron a caminar hacia el Toyota, parqueado en la cuadra de enfrente.  Esa tarde en Villanueva, en la casa de Doña Rome, algo fuera de lo normal sucedió.   Ambas oraron y abrieron su corazón. Perdonaron a quienes tenían que perdonar y decidieron cuidarse la una a la otra. Hablaron de planes y cómo cada una iba a desempeñar un papel trabajando dentro de la bodega.  Esta dejó de funcionar como motel peatonal. Lo arreglaron y bendijeron. Y empezó a funcionar como depósito de maíz y frijol.  El cual llegó a ser de los más visitados, pues los precios y granos siempre eran de muy buena calidad.

Doña Rome, prácticamente adoptó a Lupita como la hija que le hacía falta. Lupita vivió con ella en la casa de Villanueva, hasta el día de su casamiento, muchos, muchos, muchos años después. Ese día, después de la misa, hubo una gran fiesta en el salón de Comunal de Villanueva.  Lupita se casó de blanco.

Ansias de Libertad





Estoy creciendo, ya doble mi tamaño, ni yo me aguanto. A pesar de ser de consistencia ligera, tanta voluptuosidad nubosa me incomoda un poco.  Soy muy sencillo y no me gusta llamar la atención.

Debo empezar a caminar pero que difícil, es muy estrecho. Me deslizo por la tubería, pero nada. ¡Caramba! ¿Cuántos metros más para finalmente llegar a mi destino? Quiero ser escuchado. Pero para ello debo fortalecer mi autoestima, soy muy tímido y en realidad desearía pasar desapercibido.   Pero soy muy curioso también, quiero saber: ¿cómo es allá afuera?, ¿qué hay?, ¿se puede caminar sin estar tan apretado?, ¿existen otras comidas a parte de las de siempre para que te llenes de energía? mil preguntas, y todas sin respuesta.

Cuesta, el camino es largo, pero comen frijolitos y eso me gusta. Me lleno de fuerza, vitalidad y energía. De vez en cuando toman una cerveza, pero eso no me gusta, si siguen tomando así me convertiré en los de arriba y no quiero ser como ellos, siempre tan olorosos y escandalosos – todo el mundo los nota. Y tienen unas costumbres, que ni loco quisiera tenerlas, como solían decir mis antecesores, -perder el glamur JAMÁS.

Oh, ya estoy temblando otra vez y eso dificulta enormemente mi transitar, pero me hecho porras y vuelvo a caminar otra vez. Me siento muy apretado. Quiero salir, el calor es insoportable, no puedo más, avanzo pero muy lento.  Es que los que me alimentan comen muy bien, solamente frutas, fibra, verduras, yogurt ¡y en qué cantidades! Eso hace que me vuelva lento y creo que si sigo así pronto voy a desaparecer. Quiero salir, hacer ruido, dejar un rastro de olor que perdure por instantes, ser reconocido, pero mis fuerzas ya no dan.

Veo la luz, creo que a pesar de las dificultades podré salir y explorar el mundo de allá afuera.  La luz me motiva, hago un último esfuerzo.  Creo que tengo por lo menos que caminar un metro más.   Hoy comieron “hot dogs” y están cargados de repollo, yeahhhhhhhhh. Estoy feliz, siento mis energías nuevamente, ya me siento fuerte y con ganas de conquistar la inmensidad.  Corro, como no estoy gordo, puedo deslizarme fácilmente. ¡Oops! Ya me contaron que el último tramo es el más difícil. ¡Hay, que indecisión!  Es más angosto, más estrecho, hay que poner a prueba habilidades nuevas para tratar de no desvanecer en el interior y controlar los nervios.   Es un lugar oscuro, no muy agradable.   No me gusta, quiero regresar, quisiera que comieran fibra otra vez y desaparecer por fin.  – Me controlo, respiro, trato de tomar una decisión. Salir o no salir ¿qué hago? Decido salir.  También quiero conocer otros lugares, saber que se siente vivir más holgado.  Empujo, siento presión, estoy sudando, no puedo salir, quiero gritar, mi autoestima no ayuda, no quieren dejarme salir, parece que ya me di por vencido.  Me ganaron otra vez.  No valgo nada, nadie me escucha, ni siquiera perciben que estoy afuera.

Margarita



            Margarita era una flor blanca, de esas que los enamorados deshojan para saber si los quieren o no.  Margarita era una flor muy especial, su tallo era firme, sus hojas grandes y de un tono verde que invitaba a suspirar. Sus pétalos largos, blancos y brillantes servían de sombra a Tita la tortolita gorda y de traje rojo brillante que siempre permanecía bajo su sombra. Margarita estaba sola. Había crecido en un gran jardín, pero cerca de ella no había más flores.  Solamente Tita la acompañaba y le servía de gran ayuda pues ella recogía su tallo de abajo para arriba y lo mantenía limpio y libre de la maléfica hierba, que era muy mala y agresiva. Lo único que la mala hierba quería era destruir todas las plantas del jardín y cubrirlo todo de maleza.  Tita trabajaba muy duro para mantener el área limpia y cuidada.   Margarita, mientras tanto, no paraba de hacer preguntas. Hacer esta tarea a diario, las había unido y ahora eran muy buenas amigas.

            Hablaban de sus deseos y sueños.  Tita, quién podía volar, le contaba a Margarita todas las cosas bellas que había en la otra parte del jardín, como los colores de las otras flores y lo grande y majestuoso que era el árbol que vivía allí también.  Tita volaba siempre que se ocultaba el sol y buscaba un hueco en la corteza del árbol, para protegerse del frío durante la noche.  Y a eso de media mañana volaba a dónde estaba Margarita para ayudarla con la limpieza y contarle las novedades del otro lado del jardín, siempre respondiendo de forma clara y precisa todas las preguntas de Margarita.

            Con voz ronca Tita saludada – Buenos días Margarita, ¿cómo amaneciste hoy? Margarita casi siempre contestaba que estaba bien.  Pero hoy, se sentía diferente,  había soñado que estaba en el otro lado del jardín y ver su realidad la había puesto triste. Hoy su tallo no estaba erguido, estaba un poco echado hacia la derecha, mostrando el estado de ánimo que la acompañaba.

            - ¿Qué tienes? -preguntó Tita, ¿estás enferma?

- No, Tita, -dijo Margarita con suave voz-.  No estoy enferma, solo quiero conocer el otro lado del jardín y no puedo. Quiero platicar con otras flores, quiero beber gotas de rocío bajo la sombra del árbol, quiero sentir la textura de un polen diferente, quiero dejar de preocuparme por la mala maleza y por todas las travesuras que pueda hacer, quiero ver los tonos diferentes de verde, esos que tú me describes muy bien, quiero conocer a las mariposas y platicar y oír sus historias.

            Bueno pues entonces, prepárate –le dijo Tita, ¡porqué lo que tengo que contarte te va a encantar! Ruby, así quiere que le digamos, habla un poco raro.  Es un colibrí que viene de los Estados Unidos y va a estar aquí unos días. Dice que él puede ayudarnos y traerte para este lado del jardín.  Pero que tú tienes que estar de acuerdo, porque es algo peligroso.  

            - ¿De verdad Tita? ¿No me estás mintiendo? – preguntó Margarita ya erguida y con un tono de voz más animoso y contagiado de alegría. Dime ¿Qué tengo que hacer?

            - Bueno dice Tita, me aprendí de memoria los pasos y esto es lo que vas a hacer.  Pepe el escarabajo salió de su casa hace dos días y viene en camino.  Él va a escavar la tierra alrededor de  tu tallo y descubrirá tu raíz. Ruby te recogerá, y te llevará en su pico al otro lado del jardín. Allá ya están preparando el sito dónde vamos a colocarte. La Chepa, la esposa de Pepe, ya está escavando un lugar especial para ti. Te van a colocar en el medio del grupo de flores que están cerca del árbol.   Queremos que cuando estés allí te sientas cómoda, segura y lista para oír el resto de historias que tenemos por contarte. Para todos allá será una gran alegría tenerte allí y que tú formes parte de esa linda parte del jardín.  Pero existen riesgos, Margarita. ¿Estás dispuesta a enfrentarlos?

–Por supuesto -dijo Margarita-.  No importa lo que pueda pasar.  Yo quiero creer que todo va a salir bien y así será.  No importan las consecuencias.  

Pepe llegó saludando a Margarita con un gran  - ¡que hongos Margarita! Y empezó a cavar. Trabajó tan duro que para el día siguiente, cuando Tita llegó, Margarita ya estaba lista. Sus raíces ya estaban fuera, pero como llevaba ya un tiempo sin la frescura de la tierra, estaba débil y casi no podía hablar.  Ruby había explicado que algo así podía suceder. Por esa misma razón, Tita iba preparada. Desplegó sus alas y echó las gotas de rocío que llevaba guardadas sobre la raíz deshidratada de Margarita. Pepe y Tita estaban nerviosos, Ruby tendría que tomar a Margarita por el tallo y sostenerlo con su pico, pero el pico de Ruby era delgado y podría lastimarla o bien caerse durante el vuelo y eso la dejaría sobre la cama de maleza que separaba ambos jardines.

La misión empezó.  Ruby tomó a Margarita por la parte más gruesa del tallo, se disculpó con ella por si durante el vuelo la lastimaba un poco. Margarita le agradeció, estaba feliz.  El vuelo duró algunas unos minutos, que a ambos les parecieron horas.  Llegaron al otro lado del jardín y allí Chepa y el resto de insectos estaban preparados con agua y abono para recibir a Margarita.  Todas las flores estaban inclinadas hacia afuera, tratando de dejar libre el área. Colocaron a Margarita y el resto de flores regresaron a su posición original.  Empezaron a hablar, a saludar, a felicitar y hacer preguntas a Margarita. Los pólenes pululaban por doquier. ¡Margarita no podía creerlo! Había tantas texturas diferentes, tantos olores distintos, tantos colores nuevos.  Luego de horas de intercambiar preguntas y lanzar cumplidos. Margarita pidió silencio y con voz de alegría agradeció de forma muy especial a Tita, Ruby, Pepe y a la Chepa. El riesgo tomado había valido la pena y ella estaba muy feliz.

El Adiós de Los Ángeles





Jorge era un hombre corpulento, de brazos fuertes, baja estatura, pelo liso, lleno de canas. Su expresión indicaba rudeza, pero en el fondo era un hombre sumamente educado y de gran corazón.   Para entenderlo había que ponerle mucha atención, pues le costaba hablar y el tono de su voz era muy bajo.   Don Rodrigo, el dueño del taller de mecánica, dónde trabajaba, era la única persona que podía traducir con exactitud lo que él quería expresar. Posiblemente, debido al número de años que ya llevaban trabajando juntos. Para Jorge éste no era su único trabajo, para sopesar la pobreza en que vivía y mantener a su familia, debía trabajar como luchador también.  Este era un trabajo duro, agotador y peligroso,  pero en el fondo, era el favorito de Jorge. Durante los tiempos libres en el taller, Don Rodrigo traducía para el resto de muchachos, todas sus aventuras dentro del ring. 

Jorge solía decir, que compartir con sus niños, entrenar y fingir las luchas era lo que realmente lo hacía feliz. Y que lidiar con la inconformidad de su mujer era lo que lo mataba. 

La situación de Jorge, se estaba complicando cada vez más. Su mujer había amenazado con abandonarlo si sus ingresos no aumentaban. Y para colmo su niña venía padeciendo desde hace unas semanas atrás, una extraña enfermedad. 

El día que se cumplió un mes, la vida de Jorge se había transformado, su  estado de ánimo era diferente.  Su mujer ya vivía en Estados Unidos con el vecino, aquel que solía llamarse su mejor amigo.  Su niña llevaba ya cuatro días en el hospital.  Jorge anhelaba estar con ella y cuidarla.  Pero debía trabajar para poder cubrir los gastos.   En el taller ya no contaba anécdotas de sus peleas, ya no enseñaba las maniobras aprendidas, se mantenía más callado que de costumbre.

Incluso ofrecía lavar los carros de los clientes del taller, para intentar por medio de lo que cobraba y las propinas, aumentar sus ingresos. El estado de salud de la niña era muy delicado, los doctores no daban razón de su enfermedad, solamente indicaban que era sumamente contagiosa y cuando Jorge lograba ingresar al hospital durante la visita del turno de la tarde.  Solamente lo dejaban verla a través de un cristal.   Jorge no entendía qué pasaba, solamente la miraba llena de tubos y rodeada de máquinas que según los doctores era lo que le permitía respirar. 

Se sentía impotente y sabía que tenía que esforzarse más para hablar.  Los doctores eran muy pacientes, pero hablaban muy rápido y con términos que el no terminaba de comprender.   Lo que estaba claro era que el estado de salud de su hija no mejoraba.   El la miraba cada vez más y más delgada.  Su tono de piel también era diferente.  Ya no era la niña sana de antes. Ahora su palidez indicaba que algo estaba muy mal. Jorge tenía miedo y se reprochaba el hecho de albergar en su mente, las imágenes de la muerte. 

El sabía que algo así podría ocurrir. Y se sentía prisionero de sus propios pensamientos. Desde que empujaba la puerta de vidrio del área del intensivo pediátrico y caminaba por el frío corredor, solamente en eso podía pensar.   Se sentía culpable sabía que lo que tenía que pensar y alojar en su mente eran pensamientos positivos y tener fe.  Pero su alma estaba desgastada, la impotencia lo estaba consumiendo.   

El lunes de la semana no. 6, Don Rodrigo esperó a Jorge en la entrada del taller, le entregó un sobre con dinero. Los muchachos y los vecinos de la cuadra habían juntado dinero por medio de contribuciones y venta de refacciones, para ayudarlos. Y le indicó que ese día debía dedicarlo a su niña, visitarla y quedarse allá y no preocuparse por nada. Jorge agradeció el gesto y se encaminó al hospital. 

Se despidió de Don Rodrigo con un fuerte apretón de manos.  Y empezó a caminar a la parada de camionetas. Llegó e hizo la parada. Subió las gradas, pagó su pasaje y se sentó cerca de la ventana. Ese día la camioneta parecía tener una llanta pache. Las cuadras parecían más largas. La gente parecía más distante.  El día a pesar del sol que alumbraba las avenidas a Jorge le parecía gris y frío.  Y sin saber cómo, sabía que ya estaba cerca del hospital. Tocó el timbre y se paró para agilizar su bajada.   El tubo de donde debía asirse, parecía más distante que nunca. Las gradas de la camioneta parecían abismos, casi no podía caminar, sus pies le pesaban.   Presentía algo.   Logró bajar y respiró profundamente.  Empezó a caminar, pero el asfalto parecía arena.  Le costaba caminar. Apoyó su mano en la pared y se inclinó por unos instantes, sus piernas no respondían, se arrodilló y le pidió fuerzas a Dios.   Ya lo sabía, los latidos acelerados de su corazón, le indicaban que su niña estaba muerta.   

Limpió sus lagrimas que incontrolables recorrían sus mejías.  Y apoyándose en la pared, logró incorporarse nuevamente. Caminó hacia la puerta de vidrio del hospital, no quería entrar, pero sabía que tenía que hacerlo.  Empujó la puerta de vidrio con ambas manos y se encaminó al cuarto.  Las caras del personal y la buena disposición de no bloquearle el paso, solamente confirmaban su sentir.  La niña había muerto, ya nada se podía hacer.  Aceleró el paso, entrò a la habitación, su niña ya no tenía tubos, ya no estaba separada por la pared de cristal. Parecía estar durmiendo. En su rostro ya no había dolor, parecía un angelito descansando. La tomó entre sus brazos y la apretó fuerte contra su pecho.  Lloró por unos instantes, le hablo y le pidió perdón. 

Un doctor interrumpió la escena. Indicándole que debían llevarse el cuerpo para prepararlo. Jorge habló con voz cortada, pero de una forma clara y con un buen tono. Pidió ser el, quien llevara el cuerpo. El doctor estuvo de acuerdo.  Ya en el corredor, frío como de costumbre, el doctor guiaba el paso hacia la morgue. Jorge caminaba atrás con el cuerpo de su niña en brazos.  

Recuerdo



            Recuerdos en mi mente, recuerdos en mi corazón, recuerdos arraigados, recuerdos vivos, presentes, recuerdos guardados. Recuerdos especiales. Recuerdos que me hacen perpetuarlo, yo le decía “Papa” así lo recuerdo yo.  No recuerdo su muerte. No recuerdo su voz.

Recuerdo…

Aquella casa, todos la conocían como “El Chaparral”, si pudiera volver a vivir allí, me encantaría. Era de mi abuelo. Pero yo la amaba. Ubicada en medio de un terreno rodeado de árboles con alfombras de hojas musicales. Blanca, amplia, todo en orden, limpia, iluminada, llena de macetas y cosas lindas.  Tenía dos ventanales inmensos cada uno al lado de la puerta principal. La sala con la chimenea, cuántos buenos recuerdos frente a ella también. Ese era el rincón de mi papá, sus cuadros adornaban las paredes blancas: “El Saxofonista”, “Las Gradas”; el cuadro que siempre quise y nunca me regaló, “Los Barcos”, “Los Gatos” y “La entrada del Chaparral y Los Caballos”; el que menos me gustaba. La torna mesa, el ecualizador con sus luces verdes y los cofres llenos de discos de jazz.  - No recuerdo su voz.

Recuerdo…

Las excursiones de los sábados, acompañada de mis primos, la piscina donde nos reuníamos varias veces al mes.  Las clases de crol obligatorias y luego el resto de la tarde, para hacer lo que se nos viniera en gana: las bombas, los “vueltegatos”, la búsqueda de fichas en el fondo de la piscina, las refacciones que incluían el combo chapín de helado de fruta, coca en bolsa, papalinas y el chocolate Crispín… ahh delicia!!!  -No recuerdo su voz.

Recuerdo…

Ver a mi padre frente al baúl más grande, escogiendo los discos que nos iba a hacer escuchar.  Recuerdo como los colocaba entre sus manos, como los limpiaba con aquel típico movimiento circular, solo porque sí.  Tratando de producir un mejor sonido y aquella maniobra en dónde les daba vuelta para deslizarlo bajo la aguja de punta de diamante, la cual trabajaba sin descansar. Recuerdo mañanas de domingo levantándonos con “TAKE FIVE”.  Recuerdo también a Wynton Marsallis, Schatmo, Piccollo, Chet Baker, Nat King Colle, Bill Evans, Stan Getz. - No recuerdo su voz.

Recuerdo…

El porch de la casa, lo recuerdo como si fuera ayer. Las bancas frente a los ventanales, las macetas, las columnas de madera y alrededor la majestuosidad de los árboles y las flores. Y en especial recuerdo aquella mañana, mi papá pintando. Fue la época en que pintó “Capuchinas” siempre copiando los cuadros, pero siempre dándoles un toque muy personal.  Los cuadros de capuchinas muestran un plano de perspectiva lineal, la de mi papá era oblicua. Recuerdo ver el atril, ubicado en una esquina, su caja de pinturas sobre una de las bancas, incluso recuerdo el olor a la esencia de trementina, veo el borrador, recuerdo las manchas de colores sobre la paleta, recuerdo que me intrigaba mucho la forma del mezclador y el vaso con las decoraciones de bambúes lleno de pinceles. Lo recuerdo a él de espaldas; casi sumergido en la inmensidad del lienzo.  A lo lejos el sonido del jazz y yo dando vueltas en el triciclo, yendo y viniendo y mi padre allí, sin hablar. Como estando sin estar.  -No recuerdo su voz.
Recuerdo…

También nuestras caminatas, pero que curioso nuevamente,  sin voz. Me pregunto si sus silencios habrán querido susurrar algo; tal vez, pues las imágenes se grabaron, allí están presentes como si hubiera sido ayer.  Pero sólo fotografías mentales. -No recuerdo su voz.

Recuerdo…

Sus brazos, sus manos fuertes, siempre limpias, yo me sentaba junto a él. Entrelazábamos las manos y jugábamos la guerra de pulgares, así le decía el.  No recuerdo quién ganaba, pero si recuerdo que terminaba, justo antes que algún programa de televisión empezara. - No recuerdo su voz.

Recuerdo…

Cuentos a la hora de dormir, cuentos inventados, mi favorito una mezcla entre fantasía y realidad. Un caballo, un héroe, una aventura, una argolla, un monito, llamado  Chingo, Dios. Quería escucharlo una y otra vez. Siempre lo repetía. Hago memoria, es duro, recuerdo el cuento, se que estoy allí en mi cama, el está junto a mí, relatando la historia. El final es triste, no importa yo solo la quiero repetir. Recuerdo que la escuché  muchas veces, era mi favorita. No recuerdo el nombre, no se cuántas veces me la contó, solo se que me encantaba.  Allí está en mi  mente. -No recuerdo su voz.

Recuerdo…

El inicio de la época navideña, a él se le esperaba al entrar, era papa quien llegaba, había que saludar. Llegaba con bolsas, llevaba egg nog y galletas de jengibre, ese día la música navideña también se empezaba a escuchar. Recuerdo el nacimiento, las cartas, los programas en la televisión, los coros navideños, a Santa Claus, los regalos y  los cuetes. -No recuerdo su voz.

Recuerdo…

Que mi mamá  estaba de viaje, algo cambió. El llegaba tarde. Y un día sin quererlo lo ví, el no me vió.  Recuerdo cuando lo eché de casa, ordenó sus cosas, quitó los cuadros y se largó. No sé si habló con mi madre, no sé qué pasó, solo sé que se fue de casa, un diciembre a las dos.  No recuerdo haber llorado. -No recuerdo su voz.

Luciano y Andrea 



           
Luciano era lo que se conoce como un hombre promedio. No era muy alto, no era  muy flaco, no era muy gordo. Quizá lo más característico era que tenía orejas grandes las cuales disimulaba muy bien con su pelo largo lleno de mechones de canas, que a pesar de su corta edad, sobresalían en su negra y abundante cabellera.  Era de parientes polacos, y al ser uno de los estudiantes sobresalientes del instituto donde estudiaba cine, todos lo llamaron “Polanski Jr.”  Amaba ese sobrenombre, con el cual se identificaba mucho y le agradaba de sobremanera que lo compararan con uno de los maestros que el admiraba. 
 
Los miércoles no estudiaba. Durante las mañanas, café hirviendo y cigarro en mano, se dedicaba a soñar y a escribir el guión perfecto. Sus ideas eran muchas, sus guiones más, el tipo de películas que quería llegar a producir rayaba en lo excéntrico.  Pero nadie negaba la habilidad que tenía para hacer las cosas extraordinariamente bien. Quería a toda costa que Andrea protagonizara su proyecto final para presentar el mejor proyecto del instituto, ser recomendado por sus maestros, y formar parte del listado de los diez “short films” extranjeros que concursarían en el  famoso Festival de Cine de Sundance. Si ganaba, el mundo conocería al incipiente cineasta y a la persona quien era la fuente de su inspiración.   

Andrea no quería participar. Se había negado tantas veces, que la última vez que se vieron, las cosas no habían terminado bien.  Hoy Luciano tenía que llamar, convencer y programar la cita para las tres. No eran oficialmente una pareja, pero las tardes de los miércoles les pertenecían.  Luciano mojaba su mente con lluvia de ideas nuevas para convencerle, tratando de estirar las horas, para evitar que éstas marcaran las 12.  Pero detener el tiempo era imposible. Tal guión que se había releído varias veces, y la rutina iniciaba.  Tomó su celular y marcó. No dejó de llamar hasta que el reloj marcó las 12:30.  Andrea ya estaría cerrando el salón antes de la comida y podría atenderlo sin las constantes interrupciones de clientes exigentes.

-Aló – contesto Andrea, no como siempre, pero su tono de voz tampoco indicaba malestar.

- Hola, ¿Cómo estás?, ¿Paso por ti o llegas a mi  apartamento?- dijo Luciano, queriendo fingir que nada había sucedido.  El silencio le indicó que debería empezar a hablar o Andrea colgaría. Con voz arrepentida, Luciano agregó -Sé que no quieres actuar en mí  película, pero comprende, eres mi inspiración, y estoy seguro que será un éxito si tú la protagonizas.

Por varios segundos hubo silencio en la línea. Con un tono de nerviosismo, Luciano preguntó - ¿paso por ti?

- No, dijo Andrea- llegaré un poco más tarde-.  Solo espero que no lo intentes de nuevo, no me gusta que insistas tanto.  Nos vemos a las cuatro- cerró la comunicación, con tono de quien prefiere terminar de hablar del tema.

El apartamento de Luciano, donde siempre se reunían, tenía adornos que claramente indicaban que la inversión no había sido tan grande,  pero  el gusto era exquisito.  La combinación monocromática de muebles y detalles era espectacular. Los accesorios en tonos tierra complementaban el ambiente, dándole un toque de elegancia. Las obras colgadas en las paredes no eran originales, pero si hablaban del buen gusto por lo clásico y lo moderno.  Cada rincón era perfecto y sumamente acogedor.  Luciano, sentado en el sofá  en  una esquina de la sala, esperaba ansioso. El concierto de Bubblé en el Madisson Square Garden lo acompañaba. A las cuatro en punto sonó el timbre.  Se puso de pie, tomó el control, subió el volumen y luego delicadamente lo colocó sobre la mesa de centro. Caminó hacia la puerta, la abrió y luego de una pausa, exclamó - ¡Wow! ¡Ese nuevo look me fascina! Pasa por favor - y cerró la puerta. 

La atracción entre ambos era algo de otro mundo. Cerrada la puerta, dejarse de tocar  era imposible. El exceso de besos y caricias indicaba que ambos estaban disfrutando desmesuradamente.  Jugaban uno con él otro y se excitaban, por un rato sobre el sofá y luego, ya semidesnudos, caminaban hasta la habitación la cual era igual de acogedora que el resto del apartamento. Dentro del cuarto, lo único que sus cuerpos buscaba era la cama. Tiraron los cojines y el resto de ropa terminó en la alfombra. Luciano conocía muy bien lo que a ambos les gustaba.  En la intimidad, él siempre había tenido el control. Colocó su pecho sobre el de Andrea y deslizó su mano por el contorno de su cuerpo hasta detenerse en la cadera. Se olvido de los labios y lentamente con respiración profunda, busco la oreja izquierda, la besó y mordisqueó el lóbulo y luego suplicó: -Por favor dime que sí quieres protagonizar mi película- y sin esperar respuesta susurró aquel fragmento del poema de Benedetti, el favorito de Andrea,  -Reivindicar los lúbricos pezones a la espera, entreabrir los labios sin pronunciar saliva-. Lo repetía una y otra vez, mientras la temperatura escalaba al mismo ritmo de la excitación, entre abrazos, caricias, sudor y besos húmedos.

Justo después del momento que sintió la tensión y el temblor que provoca la satisfacción de un orgasmo que está a punto de suceder, Luciano se aseguró de fijar la vista en los ojos de su amante. Con una mano fina y temblorosa, acarició la barba de Andrea y la deslizó para sentir el pecho musculoso y velludo del hombre de sus sueños, continúo su recorrido, hasta que tuvo entre sus manos miembro erecto de su amado.  Unos minutos más tarde, ambos satisfechos, terminaban al mismo tiempo que en la sala se escuchaba - Kissing a fool.      

Andrea abrazó a Luciano y sonrió. Protagonizar la película de Luciano lo dejaría salir del lugar donde estaba escondido. Lo haría libre. Necesitaba proyectar su realidad de esa manera  y compartir con el mundo el secreto que lo atormentaba. Dejaría que Luciano sufriera y suplicara unos días más.

Battu



Masha vivía por y para el ballet. Una de sus metas en la vida era ser bailarina del famoso Ballet de Moscú para viajar por todo el mundo y dar a conocer su pasión, aquella que una vez compartió con su padre, su mejor amigo, su confidente, su consejero, quien logró inculcar en ella ese deseo de luchar por lo que se anhela.  Constantemente, recordaba aquellas tardes de jueves cuando ambos bailaban en el ático de la casa y él era el complemento idóneo para lograr los movimientos delicados y elevaciones exquisitas del ADAGIO, aquella práctica que ambos ejecutaban a la perfección y que era la amalgama que los mantendría unidos por siempre.

Ejecutar en sólo el PAS DE DEUX, el PLIÉ, el DEMI-PLIÉ,  el PAS COURU, el SISSONNE, el COUPÉ EN CROIX y el BATTU, era su pasión.  Interpretar el ARABESQUE de esa forma tan sencilla, con tanta gracia, era magistral. Lograba inyectar en sus observadores la pasión que corría por sus venas. Como consecuencia de su interpretación, había recibido varias ovaciones de pie cuando todavía  formaba parte del ballet de la comunidad, al cual debió renunciar debido a los incidentes acontecidos.

            Pasaban días del aniversario del hecho fatídico, el cual era responsable que a menudo la tristeza danzara en su mente. Desde la muerte de sus padres en aquella tragedia a finales del 96 del Sapsan -el tren ruso de alta velocidad-, su vida se había convertido en una constante lucha.  El ya no poder dedicarse a la danza cómo lo hacía antes, la presión de hacerse cargo de sus hermanos, la incertidumbre de saber si iba a tener algo qué poner sobre la mesa la torturaban. Pero lo más difícil era la necesidad constante de fingir frente a ellos que todo estaba o estaría bien. Hubo días que no tenía ánimos de bailar: se sentía agotada, débil, un poco mareada, temblorosa; la migraña era parte del día a día, resultado de días de pocos bocados o de no comer. Y lo poco de comida que reunía, fruto de la ayuda de vecinos o la gente del seguro social, prefería darla a sus hermanos.  Pensaba para sí, yo puedo dejar de comer, ellos no.  Hacía hasta el último esfuerzo y por instantes lograba reprimir sus sentimientos.  

            Sin embargo, un día llegó a casa con una sonrisa y repartió Pirozhkís, calentó un poco de leche y todos se sentaron a comer, como lo hacían antes cuando papá y mamá formaban parte de esa familia.  Ver a Sergey y Vladimir comer con tanto entusiasmo satisfacía su hambre.  Luego les preguntó de la escuela y les dio las últimas indicaciones del día: la hora en la que debían acostarse, qué debían dejar listo para la mañana siguiente, y cómo hacer sus tareas. Ella tenía que salir ya que una luz de esperanza se había presentado.

La noticia del concurso de ballet la conocía hacía dos semanas. Desde que lo supo, nada le había impedido practicar. El ballet inyectaba en ella una dosis de adrenalina imaginaria.  Además, saber que pronto vería a Nikolay y bailaría con él la hacían creer que pronto conquistaría el mundo.  En su corazón estaba segura que todo cambiaría una vez ganase el concurso de baile.  Para hacerlo, debía dejar a sus hermanos durante las noches para practicar. Antes de salir, les leía los poemas de Blok, el poeta favorito de mamá.  Masha los leía como una forma de preservar el recuerdo de ella en ambos, y siempre les recordaba lo que su madre solía decir: “La vida sin libros y blinis no tenía razón de ser”.

La idea de cambiar su vida y la de sus hermanos le dio el ánimo de  bailar de nuevo. Ya dormidos los niños, subió al cuarto y abrió el baúl, aquel que su madre había pintado y que ahora formaba parte de sus pertenencias más preciadas.  Sus manos localizaron la caja con decoupage, hecho con los tickets y postales de lugares dónde sus padres se habían presentado cuando viajaban de gira por el mundo con el Ballet de Moscú. En ella estaban acomodados los accesorios favoritos que pertenecieron alguna vez a su madre: el maillot, los calentadores, las mallas y las zapatillas que ahora ya le quedaban justas y las cuales  eran sus preferidas.  Delicadamente colocó el ajuar en su bolso y bajó las gradas practicando el PAS DE CHAT. El saber que pronto estaría agarrada a la barra y pisando el parqué del salón de baile la hacía llenarse de energía y felicidad, y se transportaba al mundo de la danza, reduciendo sus problemas a nimiedades. Se reprochó mentalmente el haber dejado que la tristeza invadiera por unos instantes su mente. Su alma pedía la bendición a sus padres al salir de casa. 

El caminar se convirtió en un placer. La ilusión le hacía olvidar el frío y la nieve. Los rublos que necesitaba para componer el Lada que la llevaría al lugar de la audición ya no eran necesarios, ni motivo de preocupación. Estaba segura que por cualquier medio, llegaría al famoso ballet y conquistaría a todos.  Caminaba casi de puntillas, sin percibir el frío que con el paso de los minutos era más y más penetrante. Entró en la taberna y saludó a todos.  Se sentó en el banquillo, aquel que siempre parecía estar disponible para ella.  Miró el reloj de pared y sabía que tendría tiempo para saborear el famoso borsh de la babushka Nik, sobrenombre con el que todos la conocían en el pueblo.  Masha agradecía la providencia a San Andrés. Con cada cucharada pensaba que bailar y comer eran dos de los placeres más grandes de la vida. 

A punto de terminar y ya acompañada de Nikolay, remojo el pan negro en lo último que quedaba de sopa y mientras él terminó con un sorbo el resto del vodka. Satisfechos y ya entrados en calor, se disponían a ir a la parte de atrás de la taberna.  Allí estaba el salón de baile, dónde practicaban largas horas. Estaba segura que las noches de desvelos, de esfuerzo, practicando una y otra vez las rutinas, darían sus frutos.  Bailaría semanas hasta pulir y perfeccionar la rutina que seguro la llevaría a la victoria.  Estaba convencida de lograrlo.

Aprendiz de Bruja 



                                        
Juana juró venganza sobre la tumba de su hermana.  Nada de lo que decía parecía ser verdad.  Despechada porque Pedro nunca se había interesado por ella de la manera que quería, pretendía convencer a todos en el  pueblo que él había perdido el control bajo los efectos del maldito vicio del alcohol, y que con sus  golpes, había acabado con la frágil vida de Sara, la hermana pequeña de Juana.

Juana llevaba meses frecuentando a Doña Chon, la vieja bruja del pueblo. Doña Chon era una vieja gorda y amargada.  Había fijado los ojos en Juana y sabía que ella tenía las cualidades necesarias para sustituirla el día que faltara. La paciencia de Doña Chon y sus enseñanzas habían despertado en Juana una secreta ilusión por convertirse en su aprendiz, suscitando un interés en las propiedades de las hierbas y flores dentro de los frascos que abundaban en la casa, llena de repisas, candelas chorreadas y olor a húmedo. La repisa de un oscuro rincón tenía una lata con una mezcla de polvos cuyo origen todavía desconocía, pero que según Doña Chon, eran un elemento esencial para cualquier trabajo. Con la habilidad innata que Juana poseía, ya los había utilizado con vaselina, hojas machacadas de eucalipto y manzanilla, y había logrado crear aquel menjurge que utilizaba para casi todo: frotado con pañuelo de seda sobre el pecho, para el resfriado; untado cerca del bajo vientre, para el mal de camioneta; sobado con manta, para las picaduras, si éstas no tenían ampollas; en la orilla del pocillo del primer café, para quitar los nervios. Y cuando su cuerpo deseaba pertenecerle a Pedro y debía conformarse con su recuerdo, hábilmente colocaba la mezcla con la punta del dedo anular a lo largo de los muslos y lograba contener por algunas horas, el deseo que la consumía por dentro.

Al terminar el duelo por la muerte de su hermana, Juana trataría una vez más de conquistarlo y ganarse su corazón.  Si no lograba que Pedro se rindiera a sus pies, le practicaría un trabajito.  Si su plan no daba resultado, borrarlo de la faz de la tierra no estaba descartado.  

Ya en el cuarto, buscó la lista que guardaba siempre entre el álbum de fotos y el libro de primera comunión de Sarita. Tomó aquel pedazo de papel arrugado, gastado, y sucio.  Desdobló el papel, lo colocó sobre su muslo y lo estiró, como queriendo desvanecer el paso de tanta rutina repetida. Recorrió la lista de principio a fin. Su voz interna susurraba en su oído el eco de la voz ronca de Doña Chon, listando y describiendo cada uno de los elementos que iba a necesitar.

El frasco de vidrio con tapadera de lata oxidada, esterilizado durante dos días enteros dentro de una olla de barro jamás usada. El lodo de tierra rojiza de la cuenca del río, cerca de dónde había aparecido el cuerpo. Las flores blancas y marchitas de la corona de muerto colocada sobre el ataúd, durante el velorio, en la casa de Don Meme. Las hojas de chichicaste mojadas con el rocío de la mañana, del día que terminaba la novena. Los alfileres cortos con esferas de colores, desinfectados con agua del pozo. La botella de “cusha” destilada durante el amanecer de la canícula de verano. El carrete con hilo de lana virgen. El muñeco hecho de manta cruda. El algodón, cultivado bajo la sombra. El pañuelo rojo.  Los cabitos de cirios hechos de cebo y parafina.  El achiote. El retazo del poco vestido que Sarita llevaba el día que la encontraron.”

Justo en el momento que terminó de leer la lista, el eco susurrado cambió de tono – se transformó en una voz grave que reprochaba la falta del elemento más importante en la lista: la argolla de plata que Sarita llevaba siempre en el dedo pulgar ¿Dónde había quedado la argolla?

Días después, su ansiedad incrementaba, las gotas de sudor se acumulaban en su frente, el sabor a bilis se repetía, ya que buscaba la argolla sin ningún resultado. Quería callar la voz interna que la atormentaba. Divagaba y soñaba con Pedro, imaginando que él la amaba. Aún así entre suspiros, lágrimas y el cansancio que la hostigaba, trataba de calmarse y se decía a sí misma – tranquila, duerme un poco, mañana encontrarás la respuesta, ya has trabajado mucho. Caminó al  catre y antes de acostarse, su naturaleza de aprendiz y creyente de lo sobrenatural hizo que evocara a las ánimas para que justo a las 3 de la madrugada, le indicaran dónde estaba la argolla.  Su sueño fue claro: la argolla había sido empeñada dónde Don Raúl.  Justo después del café de las 10, la argolla ya estaba en su poder. Su lista estaba completa, Podría empezar el trabajito.

Llego la primera noche de luna nueva de la época de lluvia. Esa noche, cavo un hoyo profundo en la esquina izquierda del jardín, justo dónde la luna alumbraba a medianoche. Luego, roció con agua con sal y colocó hasta el fondo el frasco de vidrio lleno de “cusha” con casi todos elementos de la lista para flotar 3 días.  El hilo de lana y el muñeco de manta los amarró a un octavo sin destapar y los colocó al lado del frasco. Luego tapó el agujero con hojas de palma y lo dejó estar.  El “Chipi Chipi” empezó a caer justo a mitad del segundo día.  Doña Chon había dicho que si este fenómeno sucedía, el trabajito iba a funcionar.  Juana estaba feliz. Estaba segura que esta vez, Pedro pagaría por no quererla.

Al cuarto día, justo a medianoche y alumbrada con la luz de luna, Juana quitó las hojas de palma y sacó el frasco. Lo destapó, saco cada una de las cosas de la lista a la vez y las tiró al fuego.  Sacó el muñeco, lo envolvió en el pañuelo rojo, y preparó los alfileres. El trabajito empezaría una semana después. 

Pedro llevaba varios días en la cárcel. Dos semanas antes había  encontrado la argolla de Sara cerca del río. Había caminado hasta la casa de empeño, la había dejado allí y había recibido el dinero necesario para comprar octavos y embolarse.  Su tristeza había superado la borrachera, y resultó en un escándalo, gritando improperios al viento. Las descripciones del presunto asesino y la sospecha de los vecinos sobre la supuesta maldad que había cometido habían provocado que fuera a parar a la cárcel. La celda era un lugar incómodo, frío y húmedo y hacía que Pedro se aferrara a su goma: no la quería soltar, no quería perderla, quería seguir así, víctima del dolor de cabeza y la deshidratación; eso le permitía no pensar. Así era más fácil sobrellevar la vida después de la muerte de Sara. 

Sara estaba muerta. Su corazón estaba marchito y desgastado. Ya no tenía un propósito, ni una motivación.  Pero también sabía que debía despejar su mente y ordenar las imágenes borrosas que desde hace días lo atormentaban.  El quería quedarse allí. Posiblemente, presentía lo que estaba por suceder. A lo lejos recordaba vagamente, el día del incidente en el río. Sara y el no estaban solos. Pero ¿quién era la otra persona?, ¿cómo darle forma a esa figura borrosa que estuvo allí?, ¿cómo revivir tanta neurona ahogada en alcohol para que éstas dibujaran en su memoria la secuencia de lo sucedido aquel  día?  Estaba seguro que el informe oficial no mostraba lo acontecido.

Los días pasaban, y la burocracia había atrasado el papeleo habitual. Pedro seguía en la cárcel.  Juana llevaba un mes sin faltar a la hora de las visitas.  Siempre era la primera en fila, pero de nada servía: Pedro siempre la ignoraba.  Juana tendría que empezar  el trabajito. 

El día 28 después de las tres de la tarde Juana tomó entre sus manos el muñeco de manta y empezó a clavar alfileres.

Pedro en la celda, empezó a sudar. Sus manos se engarrotaron, su lengua se seco, la cabeza parecía que le iba a explotar y sus piernas se empezaron a hinchar. No podía soportar el dolor. Sin embargo, inmediatamente, todos sus síntomas desaparecieron y logró calmarse.  El día de visitas llegaba otra vez. Por alguna extraña razón o bien protegido por el espíritu de Sarita, Pedro presentía la mala vibra de Juana y cada vez que la veía en la sala de espera, éste empezaba a rezarle la magnífica: “Que fuerte venis, más fuerte es mi Dios, la Virgen María en medio de los dos”, una y otra vez.  Hasta que el miedo de tener a Juana frente a él le congelaba el habla. Su mente lúcida aún continuaba la letanía en silencio.  Con la mirada fija en el suelo y sin dirigirle la palabra, esperaba paciente, hasta que Juana enfadada, se retiraba apresurada de la cárcel.

En el cuarto, Juana ya mostraba un alto nivel de desesperación. No había buenas señales.  Los alfileres se estaban acabando y Pedro parecía incluso preferir el dolor que irse con ella. No lograba convencerlo. La furia acechaba a la mujer de tal manera, que incluso el sabor a bilis en su boca ya era algo permanente. Además, el eco de la voz de Doña Chon la atormentaba: -Está tranquila y serena al momento de clavar los alfileres. De lo contrario, un estado de ánimo diferente podría revertir el trabajito

Pobre Juana, nunca logró controlar su carácter. Dos días después, la encontraron en su cuarto, ahogada con su propio vómito. El olor a bilis era insoportable.

La época de lluvia terminó, y Pedro fue puesto en libertad. Pedro dejó de tomar y también había logrado recordar que aquellas visiones sin cara, eran el rosto de Juana, quien presa de sus celos e inseguridad, aquella tarde en el río, había acabado con la vida de su propia hermana. 

Saloleaje





            El olor a mar era intenso y el retumbar de las olas parecía incluso estar un poco más cerca. El hombre subió las cuatro gradas en dos pasos firmes. No había olvidado nada. Su rutina era la misma, estaba seguro que sus pisadas se habían posicionado justo encima de las de aquel joven que un día fue. Dos o tres pasos más igual de intensos y se colocó frente a la puerta, suspiró paz, y fijó su mirada en la madera obscura, llena de vetas que explicaban el paso del tiempo. La observó primero arriba, cada esquina, cada labor y luego abajo en el mismo orden, como quién intenta descifrar la vida en un instante. Metió la llave y con la suavidad de siempre giró. Por el ruido supo que la cerradura había cedido y quiso abrirla empujándola con menos esfuerzo que el que hacía cuando era apenas un joven visionario lleno de ideas y metas por cumplir. Pensó que ahora con los años, la altura, el porte y la musculatura adquirida, podría hacerlo con más facilidad. Sin embargo, esta vez, también tuvo que utilizar ambas manos para empujarla. Culpó a las canas, tratando de evadir la realidad ya que sabía que el esfuerzo aplicado había sido un poco mayor pero había dado frutos ya que la puerta estaba abierta de par en par.

            Se paró por unos instantes bajo el marco de la puerta, como queriendo recordar y transportarse al pasado. Subió el brazo izquierdo y esta vez llegaba sin tener que estirarse. Dos de sus yemas y el pulgar recorrieron con facilidad el marco por toda la orilla superior, buscando la grieta que indicaba el lugar preciso para regresar la llave al lugar de siempre. Lo que podía observar de la casa lo dejo sin palabras y el ruido del oleaje del mar era el acople perfecto a ese silencio necesario para poder sacar fotografías mentales de cada rincón. La vista era magnífica, la brisa del mar mostraba destellos salitres cuando éstos atravesaban los rayos de luz solar que iluminaban espacios hábilmente seleccionados. Respiraba calor de hogar, el mismo y agradable de antes. Quiso creer que la Abuela estaba en la cocina pues vinieron a su mente olores característicos de aquella comida tan especial: la salsa de tomate manzano con aceitunas y alcaparras del bacalao, las torrejas con esa miel en punto para Semana Santa, la sopa de pan con aceite de oliva y ajos machacados para curar cualquier Chipensia, los banquetes de platos especiales como los tacos en salsa verde para celebrar cualquier Cumpleaños, el olor de los embutidos y el caldo de gallina, uno de los secretos del caldillo para el Fiambre,  los buñuelos y el ponche de manzana, ciruelas y piña, para inaugurar la época navideña con la característica Quema del Diablo, y las galletas y el pastel navideño para los Amigos Especiales.

Cómo cuándo uno ya no puede soportar algo, se dijo mentalmente que no se detendría a ver el resto de la casa. Solamente lo haría como quien observa desde la lejanía tratando de no perder detalle alguno. La sala, el comedor, la puerta del baño siempre abierta, el corredor, el piso con aquel brillo característico, incluso las rayas hechas por la arena acumulada en las suelas, después de un buen retozo en el mar, las macetas con aquella frondosidad y el verdor de siempre, contrastando perfectamente el oscuro de la madera en muebles llenos de detalles por doquier, todos relacionados con el tema del mar, incluso las manchas de las gradas. Todo estaba igual.  Sintió una alegría momentánea pues sabía que lo que estaba por ver traería aún más recuerdos alegres y espontáneos.

Fijó la vista en las gradas, se dirigió a ellas y empezó a subir. Llegó a la última y giró fijando la vista en la única puerta del segundo piso que le interesaba. Caminó con aquella ilusión del niño que espera un regalo en navidad. El oleaje que parecía estar allí justo en medio de la habitación producía un ruido relajante y envolvente. Nuevamente se detuvo antes de entrar. La puerta estaba abierta, la habitación estaba intacta, parecía que nadie se había marchado, que el tiempo no había tatuado nada. Sentía como si fuese ayer cuando tomó la decisión de salir de la casa, abandonar todo y nunca más volver. Pero cómo el destino juega y  hace a las personas muchas veces reivindicar acciones, todo era igual a cómo estaba anos atrás. La librera, ¿cuántos libros había leído? El corcho, pudo jurar que el teléfono de aquella muchacha a la que nunca se animó a llamar estaría todavía allí ajustado con las tachuelas de metal. Las cortinas de brin parecían compradas ayer se elevaban cual columpios siendo empujados por la brisa del mar. Y los adornos hechos de conchas meticulosamente escogidas durante las largas caminatas con el Abuelo a la orilla del mar parecían haber sido colocados sobre las mesas de noche el día de ayer, pues ni siquiera se miraba el polvo que debió haberse acumulado con el pasar del tiempo. Tal vez la brisa constante en esa dirección fue lo que dio solución a ese problema.  

Caminó a la ventana y dejó que la cortina rosara su pecho. Luego firmemente la corrió, ya que deseaba ver otra vez esa inmensidad, ese mar verde azul de siempre, las olas, la espuma, la arena y los barcos. Colocó sus manos firmemente a ambos lados del marco de la ventana y se inclinó un poco como queriendo ser parte de esa inmensidad – respiró paz. Cuán sereno estaba, cuanta alegría invadía su ser, había regresado y esta vez para no irse jamás, para quedarse, para aprender que cuando algo es tan fuerte y agradable como el mar, la familia, el amor o el perdón, el llamado es tal que es imposible dejarlo pasar. Se sentía satisfecho; la decisión tomada parecía haber sido la correcta. Estaba de regreso en casa, estaba feliz. Unos instantes atrás había respirado paz, ahora respiraba MAR. 

El Club





6:08… 6:16… no podía dejar de ver los números amarillos en la pantalla del celular, los minutos avanzando sin poderlos parar. Justo a las 6:24, supo que él volvería a llegar tarde. Se resignó y decidió reducir el ansia por verlo y no dejar que la situación tomará el control. Trataría de poner atención pues el libro leído le había gustado mucho. Sacó su libreta y leyó sus apuntes. Había aprendido entre 10 ó 12 palabras nuevas, algunas de las cuales ya aplicaba en conversaciones. Se esmeró como nunca lo había hecho antes. Quince minutos más tarde la puerta del salón se abrió y allí estaba él, listo para hablar, tranquilo de lo más normal. Se sentó sin hacer ruido, ordenó algo de tomar, puso su teléfono en vibrador y luego de escuchar con atención por unos instantes las opiniones de algunos de los miembros del club, levantó la mano y empezó a hablar.

            ¿Cómo lograba hacerlo? Sin apuntes, sin libreta, sin nada. Sabía nombres: ¿qué personaje era más relevante que otro?, ¿quién era el antagónico?, ¿qué tipo de novela era?, ¿cómo estaba escrita?; la época, citaba frases o autores de otros libros leídos con anterioridad y que permanecía en su memoria para ser utilizados en situaciones de referencia como esta, siempre práctico y puntual en todo lo que decía.

            Ella ya intranquila pensaba para sí, ¿qué puedo decir que sea relevante?, ¿cómo llamar su atención?, ¿qué parte del libro expongo? Luego ella sin más ni más, estática, sin poder pronunciar palabra, queriendo salir de allí y nunca más volver, lograba controlarse y optaba por callar y escuchar como lo hacía todas las veces. Se prometía que la próxima vez sí lograría vencer su miedo, sí lograría hablar, sí lograría impactar.

Ya en la comodidad y seguridad de su casa, ella empezaba a habitar ese mundo imaginario donde podía soñar, hablar e interactuar con aquel hombre imaginario igual al que participaba en el club de lectura, el de su mente. El que la conocía, el que le hablaba, el que la entendía, el que se interesaba por sus argumentos, el que incluso a veces difería en su forma de pensar pero que no siempre lograba convencerla de lo contrario, pues en ese mundo imaginario hablarle era tan fácil, comentarle el o los libros, poner sobre la mesa igual o mejores argumentos, ella lograba construir una idea de alguien capaz de llenar su vacío. ¿Cómo eliminarlo? Si de tan ficticio que era, era tan real que se podía palpar, lo sentía en su mente, en su corazón y cuando las discusiones subían de tono lo percibía en su piel… virgen de caricias recientes, sedienta, en constante agonía, esperando poder algún día volver a sentir.

            Pero no sólo a él lo imaginaba…. ella era capaz de construir mundos, lugares, situaciones complejas, sociedades que interactuaban entre sí, allí en su mente, en ese mundo imaginario que construía, todo absolutamente todo era perfecto. Especialmente, el club de lectura de su mundo imaginario, réplica fiel del perteneciente al mundo real…. Allí estaban Sara, la “cerebrito”, la que llevaba anteojos y vestía siempre muy casual; Juanjo el “fisiquín” el de los bigotes, el espíritu libre, el de los comentarios con toque revolucionario; Marta la “abuelita” la que era capaz de trasladar a todos a su época con ejemplos claros de lo que se hacía antes, comparando el presente con ese pasado intelectual lleno de gracia y esplendor; Lola la del “ito”, la de los escotes, la que siempre comentaba algo utilizando el diminutivo de las cosas, la de los comentarios sin sentido. Todos duplicados perfectos de cada uno de los miembros del club de lectura del mundo real, la intrínseca personalidad de cada uno y las características que los distinguían a unos de los otros.

            Y aquí en este mundo imaginario, ella sí podía interactuar. No sentía miedo, no sentía pena, sí podía hablar. Se parecía tanto al mundo real y era tan tangible como el desgaste que le provocaba entrar, salir, salir y entrar; en otras palabras, interactuar en ambos mundos. Su mundo imaginario era ese mundo cuasi “perfecto”, lleno de vida, de esperanza, de pasión, de gente con quién discutir, con quién soñar, con retos, con alegrías, con tristezas, con problemas, con soluciones, con respuestas, con interrogantes, con motivación y con inquietudes.

            Sin embargo, desde que lo vio por primera vez en aquel club de lectura, su mundo imaginario empezó a tambalearse, a desvanecerse, a volverse frágil ya no era tan enérgico como antes. Esta no era la primera vez que diseñaba mentalmente una copia fiel de algo importante en su vida. La diferencia la había hecho él. Su sola presencia había impactado tanto su entorno, su ser, que el duplicado creado no estaba mal y satisfacía muchas carencias. Pero el original era capaz de generar en ella un no sé qué, tan pero tan fuerte que ya no quería estar más allá en el mundo imaginario. Ya no quería entrar y salir, salir y entrar. Más bien deseaba con todas sus fuerzas, quedarse en el mundo real y descubrir lo desconocido, lo nunca imaginado, lo no creado. Integrar esa dimensión que solo él con su presencia y personalidad era capaz de provocar en ella. Evaluó y administró sus pensamientos y emociones – tomó una decisión, cerró su mundo imaginario y se preparó a disfrutar el mundo real.

            Pasaron algunos días tranquilos y en paz. Su mente estaba serena y el mundo aquel ya era historia. Se preparó como la vez anterior. El libro leído también, por pura casualidad y esas cosas del destino, le había gustado mucho; tal vez un poco más que el anterior. Se aseguró de llevar su libreta, sus apuntes. Esta vez había aprendido menos palabras, pero por una extraña razón los significados eran ahora mucho más fáciles de aplicar y utilizar. Su vida tenía otro sentido. Vio el reloj a tiempo como siempre, justo lo necesario para llegar puntual: el club de lectura empezaba a las 6:30. Salió de casa, manejó un rato, leyó un mensaje, respondió, habló por el celular a la librería para saber el nombre del próximo libro y se excusó ya que por motivos personales no iba a poder asistir ese día. Ella ya no necesitaba probarle a nadie su capacidad intelectual.

Click





            Un click en aceptar y el perfil de Clarisse se había creado. Este era el principio de un estudio de investigación, que duraría un par de meses. Clarisse, una estudiante de psicología, trataría de establecer si redes sociales como FACEBOOK podrían utilizarse para algo más que compartir intereses, noticias, información del día a día, fotos, mensajes de felicitación, para mantener contacto con familiares y amigos cercanos.

            ¿Cuál era la posibilidad de recibir la invitación de algún extraño? y ¿cuál era el fin de la invitación, amistad o amor? Clarisse había escuchado tantas historias de gente que pretende ser alguien más, que asustaban a cualquiera. Sin embargo, eso no la detendría. Su investigación continuaría, pues su curiosidad parecía ser el motor que la impulsaba. Tomaría notas y sabría con exactitud cuántas invitaciones de extraños recibiría.

            Clarrisse pensó que utilizando otro nombre, estaría protegida. Cambió de lugar las letras de su nombre y le agregó otra “C” para crear el pseudónimo LISS RECCA. Solamente sus amigos y familiares conocerían su identidad, ya que exponerse con su verdadero nombre no le parecía correcto. Su perfil no indicaría ningún status. Nadie tendría acceso a sus fotos y las únicas fotos que mostraría serían las portadas de los libros que había leído y la variedad de árboles que le quitaban el aliento. Muy pocas aplicaciones en su perfil serían públicas.

            Comentaría a diario. Pero como se lo había prometido, solamente publicaría comentarios con peso o fundamento, muy bien pensados, sembrando en los seguidores la necesidad de comentar con ella, ya fuera por estar a favor o en contra. Sus primeros “likes” serían a librerías, editoriales, autores, libros, restaurantes y películas. Pensaba que al tomar acción de esa manera, la interacción podría empezar en cualquier momento.

            Durante el primer día de la investigación, todas sus solicitudes de amistad habían sido aceptadas. Revisó cada una de ellas, tratando de encontrar la posibilidad de empezar a interactuar. Se dijo – el hecho de mandar un mensaje, estaría fuera de lugar. Pensó que lo mejor sería hacer un comentario negativo en algún muro. Navegó por unos minutos más y se topó con un comentario de RODRIGO REY ROSA. Hizo click en el nombre y pronto estaba en el muro de Rey. Escribió en mayúsculas: “SEVERINA, QUE DECEPCIÓN”, comillas y todo. Si hubiera podido usar negrilla, la hubiera utilizado también. Unos minutos más tarde y el número de actualizaciones apareció en la esquina superior izquierda de su pantalla. Alvaro Montenegro había escrito; parecía sumamente ofendido. Clarisse le dio click al enlace y espero a que éste la trasladara al comentario. Estaba personalizado para Liss, pues incluso utilizó la @, su comentario decía: “@Liss Recca, cómo se atreve a criticar una obra de arte como SEVERINA con un argumento tan escueto y sin fundamento.

Clarisse frente a su pantalla, no lo podía creer, estaba contenta, se sentía intrigada, acababa de iniciar una conversación con un extraño y todo estaba sucediendo de acuerdo a su plan. La conversación empezó. Él comentaba, ella respondía y viceversa. Treinta minutos más tarde, había más de 20 comentarios, cada uno con puntos de vista sumamente diferentes, pero cada uno cargado de pasión. Luego, de la nada, la actividad recíproca cesó. Nuevamente el indicador de actualización había cambiado. Esta vez era un mensaje, su investigación estaba tomando el rumbo correcto.

            El mensaje había bajado de tono, ya no era nada agresivo, ni queriendo demostrar razón. Era un mensaje que más bien avalaba lo buena oponente que era, pero también dejaba ver que no era por ninguna razón, la muestra de una bandera blanca. Después de la pequeña pero efectiva introducción, el siguiente párrafo mostraba más interés en aspectos personales.

            Alvaro – quien estableció desde un principio así debería de llamársele, preguntó sobre su trabajo, ¿qué otros libros había leído? Ambos compartieron su interés por la escritura. Él compartió el enlace de un blog, ella su fragmento favorito, pues recientemente había empezado a escribir relatos cortos. Tres de la tarde y ellos seguían platicando. Clarrisse mandó un último mensaje, diciendo – disculpé ya es hora de irme, pero tal vez podamos continuar la conversación otro día. Adiós y feliz tarde.

            Alvaro contesto inmediatamente. Se despidió de una manera muy cordial y dejó en el aire otra pregunta más. Escribió – ¿Cuántos años tienes? Clarisse se conectó hasta el día siguiente, y al ver la pregunta contestó: – Buenos días, tengo 40, ¿Qué le pareció el fragmento del relato que le compartí?

            Una semana después de haber incrementado el número de amigos a casi el doble y de no recibir respuesta de Alvaro ni por mensajes ni por el muro, Clarisse terminó su investigación.

            Su hipótesis había sido correcta. FACEBOOK es una red social para compartir con familiares y amigos cercanos. La posibilidad de generar nuevas amistadas solamente podía darse por medio de antiguas amistades que amalgaman nuevas. 

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